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El 7 de marzo de 1875 nació Mauricio Ravel en Francia de padre francés y madre española; tal vez esto explica la tendencia peninsular en parte de su música.
De catorce años está ya estudiando en el conservatorio de París y empieza la cadena de composiciones musicales que engrandece el ánimo patrio y la belleza artística musical.
Melodías para piano, violín y orquesta se suceden hasta el punto de ganar en 1901 el segundo gran premio de Roma; llega a ser uno de los compositores más apreciados y eminentes de la época; variada y rica creatividad, orquestación certera, conocimiento de las formas; sus ecos sonoros son de alta inspiración y evocación.
En 1933 empieza a sentir los primeros síntomas de una afección cerebral que avanza hasta impedirle el uso correcto de la palabra y le bloquea gran parte de su capacidad motriz; pero sigue adelante, sabe que la vida consiste en expresar lo que hay dentro, lo que ha nacido en el interior, lo que se gesta en el silencio, la oración, la espiritualidad, el amor.
De esta época de su enfermedad procede la obra "Bolero" que es la más conocida de su producción amplia y fecunda; los sonidos del bolero que van en crecimiento y en repetición andantes majestuosa ha servido para acompañar obras teatrales y de publicidad; su obra "el bolero" pone el ánimo a danzar andante y en avance gustoso.
Sigue con su enfermedad pero en clave creativa hasta que en una operación hecha en París en 1937 muere en medio de gran paz interior y admiración de los conocedores del arte.
Cito esta vida de Ravel porque me parece que es una iluminación para este tiempo de Cuaresma que es de reflexión, desierto, oración y cambio.
Muchas personas desde que aparece la enfermedad en su cuerpo frenan el impulso, avance, deseo y ganas de existir; olvidan que la enfermedad puede ser una limitante de un parte de la expresividad vital pero que deja y hasta aumenta las funciones de otras partes de la persona humana que son un llamado a expresarse de nuevo así sea de manera diferente, inédita y mejorada.
Desde una cama, en su postración, una persona puede dar lecciones de vida a sus hijos, amigos y colegas; su actitud misma es ya una palabra, un mensaje, una acción vital.
Después de ver a su madre en larga lucha con la enfermedad llevada en forma valiente y serena, uno de los hijos se atrevió a decir tras la muerte de la valiente mamá: la amaré siempre porque ella me enseñó a vivir y a morir como actos de una hermosa sinfonía.